Sé que a la tumba me
meteré,
pero también que ahí no
me quedaré.
Mi madre siempre me
llamó «inquieto»,
inquieto de la
obstinación por cumplir los deseos propios;
del palo que deja
inconclusas las cosas
que empieza:
un cenotafio tras otro.
Me iré a nadar entre
olas de tierra
saludando monumentos
escondidos
(con ese entusiasmo que
aterra)
en vez de quedarme en el
molde;
hacer turismo para
paliar el tedio
entre féretros que no me
habrán detenido
en mi recorrido de polvo
con trayecto de túmulo
invertido.
Saludos
y escombros.