Tengo una amiga y es mala. No, no es una mala amiga sino
mala. Mala del tipo de villanas que se ríen con el alma (y que te hacen temblar
el alma cuando se ríen).
No es del tipo de maldad que viene y te habla con muchos
diminutivos. Tampoco del que arma circuitos ingeniosos para criticar al que no
está presente. No, es diferente. No sabe planificar ni dar muchos rodeos con estas cosas. Sí
merece ser catalogada de “bicha”, pero porque te impacta con sus verdades como
una pared lanzada a velocidad de bólido contra uno.
Es mala. Mala de las maldades que se irradian. Ella vive en
una ciudad al norte de la mía, y ya determiné que todo lo que cruza ese límite
es la zona de influencia de mi amiga. Habría que colgar un cartel en la ruta
hacia su reino que diga “Keep Out si no querés conocer las profundidades del verdadero abismo”. Creo que hasta los GPS llegarán a temerle con el tiempo. No hay
geopolítica que contenga su bichez: no se la puede encerrar con el muro de un
country. Es ambiciosa: si le inauguran un distrito propio, va a querer una
provincia. Si le dan una provincia, no para hasta el continente. La verdadera malvadez no
puede andarse con objetivos microscópicos (tampoco, por eso, con diminutivos). La
malvadez rebalsa como río en crecida llegando a su delta.
Y cuando digo que no es mala amiga lo digo en serio. Cruza su
reinado del terror para venir a los encuentros. A veces tengo la impresión de
que, si literalmente fuera una hechicera (bruja es una palabra vulgar), dejaría
su conciliábulo con caldero y todo para venirse volando a nuestro encuentro (en tren, nunca en
escoba porque les tiene alergia, creo).
Me caga a pedos cuando me olvido las cosas: el fernet, el
celular, la cordura (bah, me caga a pedos y punto). Si llevé budín a una
juntada además del alcohol y no ve la botella, me dice que para qué le pregunto
qué llevar si siempre hago lo que se me antoja.
Eso sí, su maldad es selectiva, y hasta podría decir que
justa: va dirigida a quien quizá no la merezca pero se la busca. Creo. El otro
día cruzamos una calle y una venerable señora tropezó en la vereda de enfrente,
al bajar el cordón. Mi amiga no se ríe de la gente que se accidenta en la
calle. Yo, que soy un básico para encontrarme con fuentes de risa, me
descostillaba; ella dijo “Uy, poble mina” y cruzó la calle para asistirla.
Cuando hay un desconocido en los grupos, en las juntadas, le busca conversación y lo hace sinceramente. Si meses después esa misma persona cae en
sus fauces, tendré que concluir que es porque se anotó unas cuantas en contra
de nuestra chica.
Ayer me puse a calcular variables: ¿Dónde estaría la
responsabilidad tanta irradiación maligna? ¿Serán responsables todas aquellas
ingestas de café en épocas de rendir finales? ¿La respuesta a la maldad suprema estaría en la química de la cafeína desmedida? Y aún más preocupante: hoy me
reí y me dijeron que me estaba mimetizando con sus carcajadas. ¿Será la
respuesta una misteriosa epidemia? ¿Tendré una maldad de la que no me di
cuenta? ¿Cuánto tardaré en comenzar a ingerir café y proferir tres invectivas
antes de las 3 de la tarde? Lo de mandar a la mierda a la gente ya lo hago. Lo de pelearme
una última pelea grosa con las novias que he tenido, también. Me resta empezar a decir
que no llegaré a viejo porque me tiraré a las vías del Roca antes de que eso pase y creo que en ese momento se
completará la metamorfosis. La risa que hace temblar los vidrios de ventanas y
anteojos ajenos ya es un síntoma. ¿Será la risa lo único que me quede de ella
cuando se vaya a conquistar otros continentes?