Hacer acrobacias en una pestaña puede parecer más complicado de lo que es, pero a fin de cuentas se la puede remar. Para desmitificar el mundo, este blog-cajón de sastre con las crónicas de un acróbata mal pago.

jueves, 11 de octubre de 2012

Tiempo fuera

Tiempo fuera, ahí en el pasto. En horas y media que tenían entre otras muchas horas ocupadas.

En esos días ellos sólo conocían o podían dar cuenta del pasto en aquella plaza. Él apenas registraba otra cosa que a ella, ni siquiera a la comparsa que se la pasaba ensayando en esa isla verdosa dentro de la ciudad. Ella tampoco registraba otra cosa: sólo estaba concentrada en él para decirle algo que no le salía.

En los auriculares de él sonaba Sigurd rós. Entre ellos solía haber silencio, echados en una siesta al sol de plaza poco arbolada. Hasta que llegó la nena que saltaba con la soga.

Martín lo advirtió cuando la soga se le enganchó en el pie, que tenía extendido al final de la pierna y sobre la raíz de un árbol. Victoria siguió el sobresalto de él y avistó a la nena.

–¿Por qué están durmiendo en el pasto? ¿No tienen casa?– preguntó salteándose preámbulos al ritmo de la curiosidad.

Ellos se desengancharon de su abrazo dormido y, al desperezarse, se miraron para ver qué contestaban. Él tomó la delantera con el sopor malaonda que solía presentar cuando lo despertaban.

–Sí, sí tenemos. ¿Y vos por qué jugás a saltar la soga en la plaza solita? ¿No tenés casa?– y se sacó una hoja marrón que le había caído en la panza mientras dormía. Victoria no lo miró tirar su veneno, como siempre que lo hacía. Escondió los ojos en las hojas.

La nena lo miró fijo, pero no tenía expresión; sólo tenía unos 8 años. Pero levantó un dedo acusador que martilló la sentencia: les dijo que no iban a durar mucho juntos. La nena se fue por donde vino; por allí había un músico que dejaba descansar unas notas de saxofón sobre la gramilla.

".