Hacer acrobacias en una pestaña puede parecer más complicado de lo que es, pero a fin de cuentas se la puede remar. Para desmitificar el mundo, este blog-cajón de sastre con las crónicas de un acróbata mal pago.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

El precio del secreto


«Maldición eterna a quien lea estas páginas», leyó con dificultad (o creyó leer) en aquella, su lengua, perdida en la rama de los parientes del sánscrito. Él pensó que era una advertencia un tanto exagerada, pues si el libro se había escrito era natural que existiese algún lector para el mismo.

¿Serían los sacerdotes brahamánicos quienes lo leían entre cada ronda de meditación? ¿O  también los ricos que, según se decía, habían hecho popular ese escrito y que en un ataque de cosmopolitismo sectario habían incluido esa maldición tan extranjera?

Un pensamiento aún más bizarro lo hizo imaginar a Shiva con una copia del libro en cada brazo. Se imaginó que su robo perpetrado contra aquel templo ayudaría (de paso) a esparcir los conocimientos de ese texto. 

Él no sabía leer de corrido, pues solo conocía los rudimentos del devanagari. Los había aprendido escuchando en la calle a algún anciano quien, creyendo que reencarnaría en un sabio sacerdote, se había ocupado de cultivar su mente vaya uno a saber cómo con la intención de prepararse para su siguiente vida. No importaba: el libro sagrado era pródigo en dibujos y clara su escritura en las partes fundamentales.

Sólo con escabullirse a la hora del rezo había bastado. Era un experto en subterfugios; no era tan complicado entre las calles atestadas de gente y de vándalos con los que solían confundirlo. Escabullirse dentro de un templo que, aunque algo alejado del bulto de la ciudad por estar en un promontorio, también se encontraba atestado de gente. Era un desafío, un peligro. Vaya uno a saber si al tocar el códice no se activaría la maldición mencionada que le impediría salir; vaya uno a saber si cobraría la forma de serpientes gigantescas o de monjes enfurecidos que olvidarían sus prédicas pacíficas.

Qué suerte la suya: ser un escéptico nacido de las calles. En su caso, esa condición temeraria lo ayudó a esquivar al grupo que volvía de la oración y, con acrobacias que lo condujeron a un techo, pudo detenerse un momento más a revisar los folios que había sustraído. Logró entender la frase con la maldición y pensó que después de todo no leía tan mal. El desafío estaba en bajar ahora, pues el límite del templo era también el límite del promontorio que terminaba, a su vez en un callejón de la ciudad más abajo. Y bajar a su vez implicaría soltar parte del libro al mundo aunque su objetivo primordial fuera otro. ¿Sería esa la maldición eterna? ¿Romperse el cuello al descender por ese barranco? ¿Que una de las apsarás en relieve se desprendiese y le quebrasen la humanidad? Un escéptico como él cree que las únicas maldiciones existentes vienen en forma de desgracias cotidianas, pero menos escabrosas que un cuello giratorio.

lunes, 3 de diciembre de 2012

La cuarta pared boca arriba

ESCENA 1

[Al correrse el telón puede verse el living de una casa: sillones, mesa ratona, televisor infaltable. La puerta que conecta esa sala con el exterior se abre. Poe ella entra PEDRO, quien trae en su mano peluda un portafolios desgastado]

Pedro: Querida, llegué [deja el portafolios en uno de los sillones]

Laura: Hola amor.

[Pedro corre una de las cortinas de los ventanales. Luego, al darse vuelta observa que la cuarta pared se ha derrumbado. Mira un instante]

Pedro: Laura, ¿otra vez esos seres parásitos que nos miran sentados en fila desde el otro lado de la pared?

Laura: [cansada] Sí, están desde hace media hora sentándose y tosiendo. Ya ni quiero entrar a la sala.

Pedro mira cansado al suelo

Pedro: Es todo. Llamo al fumigador. Esos bichos voyeuristas me tienen harto. O mejor los fumigo yo

[Luego de extraer un rociador y acercarse a donde estaría la cuarta pared, rocía. Uno a uno caen al otro lado de la inexistente cuarta pared. Pedro se sienta en el sillón y prende la televisión. Cambia de canal insatisfecho constantemente]

Pedro: Sabés, Laura. Deberíamos ir al teatro uno de estos días. Para cortar con la rutina.

[Telón]
".