Esa semana
terminaba con un viernes de trabazones. A los muchos obstáculos de esos días se
le sumaban la pérdida de un micro para ir a trabajar y el extravío de papeles
importantes que retrasarían trámites e incontables litros de paciencia perdida
en el transcurso de una mañana. A la salida de una escuela, se sumaron las
complicaciones climáticas que, a un mensaje de texto y tres partidos de
distancia, casi dejan varados a unos conocidos.
Al regresar a La
Plata de mi exilio matinal en Tolosa, fui a ver a una amiga que estaba rindiendo.
La cosa no salió bien y, para peor, quedó atascadacada en un mar de dudas por
el resultado de su examen.
Minutos y
discusiones sobre el tema después, fuimos a sacar el auto de un estacionamiento
cercano para regresar a nuestras vidas que estaban puestas en modo “fin de
semana”.
–Qué bárbara esa
explicación. Resulta, entonces, que según ellos no “aprobé ni desaprobé”– dijo,
confirmando con esa cita la impresión de que el día estaba marcado por momentos
de indefinición que detenían nuestros movimientos.
Ni bien terminó de
decir la frase, crugió el auto que estaba sacando del cuadrante de la playa en que
estaba estacionado. Nos bajamos a ver y resultó que el estómago del
vehículo estaba atrancado. El cuadrante en que había dormitado por horas estaba
un poco más arriba que el resto del suelo; la barriga del
auto había quedado en contacto con el borde escalonado de fierro.
No era necesario
decir nada. Y no se dijo más que “Voy a ver si el chico del estacionamiento nos
ayuda a sacarlo”, tras la cual ella se fue hacia la entrada de la playa. Pensé en
ese momento que muchas veces la realidad imitaba muy bien esos burdos guiones
de cine en que toda cuestión emocional se subraya con hechos que afectan el
entorno.
Nos asistió el tipo
del estacionamiento y otro pibe que pasó por ahí en bicicleta. Creo que cuando vi
a mi amiga sacar finalmente el auto blanco pensé que se iría al horizonte o que, recortada contra el paisaje como el niño en bicicleta de ET, seguiría su curso.
La realidad es que «La realidad» sólo ocasionalmente imita al cine, pero siempre en aquellos
momentos de menos esplendor. Nos fuimos de regreso al corazón de la ciudad esperando
que todos los semáforos nos tocaran en verde y no en el rojo inmovilizador.
Así, cuando menos, podríamos concluir que no estábamos atrapados en un guión de
esas películas que pasan por Telefé a
las cinco de la tarde donde todos los semáforos elegían el color que te empantana en la calle.
"Crónica platense 8: Pantanos urbanos " por Lucas Gagliardi se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://lasacrobacias.blogspot.com.ar/2013/05/cronica-platense-8-pantanos-urbanos.html.
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