Hacer acrobacias en una pestaña puede parecer más complicado de lo que es, pero a fin de cuentas se la puede remar. Para desmitificar el mundo, este blog-cajón de sastre con las crónicas de un acróbata mal pago.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Besos que matan

«I time every journey
To bum pinto you, accidentally»
Franz Ferdinand

Lautaro sabía calcular con precisión la ubicación en paralelos y meridianos. Sabía con certeza absoluta los horarios de los micros que lo llevaban a trabajar. Sabía cómo meter una traba sutil para que el delantero trastabillara y el árbitro no supiera si sancionarlo o no.

En esta descripción hay algo sustancial; no es azarosa: a la salida del club, ese sábado, se pusieron a prueba algunos de sus conocimientos. Por citar uno, tuvo que revisar en su archivo mental si aquella chica de pelo ondulado era o no conocida. El siguiente paso en su googleada interna fue dilucidar si ella no había salido con Toto o Francisco, cosa de no ser acusado de utilizar, metafóricamente, un serrucho en el suelo en que se paraban –figuradamente– sus amigos. «File not found», dijo su cerebro. «Dale para adelante», advirtió después.

Calculó cada paso y palabra. «Estaban preparadas como proyectiles», diría quien creyera que lo suyo era la cacería de una presa. Lautaro lo vería más como parte de ese ejercicio cíclico que era el sábado en su conjunto; eso, o simplemente un nuevo despunte de libido.

Pero, aunque no era tan básico como para incurrir en preguntas clásicas por los signos del Zodiaco, su rendimiento de esa tarde, se diría, habría sido mejor en la cancha que en el estacionamiento. Elisa, la susodicha, distó de impresionarse por el bolso deportivo, que permitía inferir que él jugaba en las inferiores. «No todas las castañas pulposas son botineras», pensó. Manejarse con la creencia de que las relaciones podían predecirse, cual mecánico llenado de casilleros en planillas, no le estaba resultando una filosofía de vida gratuita.

Fueron inútiles las insistencias en «Te conozco de algún lado» o «Tu cara me suena», desviadas con la facilidad que el agua encuentra las depresiones en el suelo. Esas frases apenas consiguieron una sonrisa que decía a voz en grito «Otra vez el mismo ritornello».

***

Pero Lautaro sabía rodearse de contactos. La clave obtenida con esfuerzo ciclópeo (el nombre «Elisa») junto con un par de consultas virtuales se combinaron con su habilidad para los paralelos y meridianos. Supo entonces que ella saldría, con amigas, a una fiesta a no mucha distancia. Supo que al mirarse al espejo, después de la ducha, vería el rostro ajado (con una grieta invisible pero presente) de quien siempre había tenido problema en las asistencias al momento de pasar la pelota fuera del rectángulo de pasto. Supo, a los diez minutos de su segunda conversación con Elisa, que si la carta del aspirante a ganador no funcionaba, sería necesario la que despertaba simpatía.

–Sos lindo, a pesar de que no te sale hacerte el gato– dijo ella al fin de un ciclo de palabras.

Lo que Lautaro podría explicarse era ese despuntar compasión –o hasta ternura– que llevó al beso. Lo que no (y que tampoco era calculable) fue el despuntar, en él, de una alergia no advertida a las fresas, como las que contenía la esencia del brillo labial que lo indujo a un episodio anafiláctico.

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