Hacer acrobacias en una pestaña puede parecer más complicado de lo que es, pero a fin de cuentas se la puede remar. Para desmitificar el mundo, este blog-cajón de sastre con las crónicas de un acróbata mal pago.

jueves, 30 de julio de 2015

Crónica platense 9: Desencuentros extremos



Llovía copiosamente, como habían llovido los goles que San Martín de San Juan le repartiera a Boca en abril de 2013. Pero esta crónica no se sitúa en aquel abril sino unos meses después, durante un Día de la Madre que ahora se me vino a la memoria.
Como dictaba cierta costumbre, mi vieja eligió un lugar para ir a almorzar, el cual para conservar la incógnita geográfica diré que era bastante elegante (como le gusta a mi señora madre): mesa con un arreglo floral, vajilla y utensilios de diseño que convocan mis antiguos nervios de mozo ante la platería innecesaria.
Aún así, lo más decorativo de ese mediodía lluvioso no serían los utensilios de mesa sino una suerte de escena paralela al pollo con papas noisette que pediría. Ni bien el mozo se retiró con el pedido y antes de que pudiera reanudar la conversación con mamá, escuchamos que la mujer sentada en la mesa de la izquierda preguntaba lo siguiente a su mozo:
–Disculpe, ¿todavía no llegó Mercedes Forti?– mientras se acomodaba en su silla, en cuyo respaldo ya había puesto su abrigo colorido– Me dijo que iba a estar acá.
El mozo tardó en calzarse la respuesta o reacción más o menos apropiada. Dijo que iba a preguntar a la recepcionista a ver si se había registrado en alguna otra mesa. La señora aprovechó para pedir una copa de vino.

Mamá me preguntaba por un trabajo que había agarrado hacía poco. El mozo llegó con el pan a nuestra mesa. El de la señora volvió para decirle que la susodicha Mercedes no había llegado.
–Ah, bueno, querido. Gracias. Avisame cuando llegue, para no desencontrarnos de nuevo.
–Yo estaré gagá como vos decís, pero desencontrarme dentro de un mismo local…–dijo mi vieja en voz baja.
Llegaron los platos unos quince minutos después. Seguimos conversando. Cuando casi terminábamos la comida, nuestra vecina volvió a interpelar al mozo que atendía en su sector.
–Disculpame que insista, pero sabés lo que pasa. Ya nos pasó una vez que quedamos en encontrarnos a comer. Resulta que ambas fuimos al mismo local y no nos encontramos. Cuando nos hablamos por teléfono después nos preguntábamos cómo había sido posible que nos pasara.
El mozo –que tendría mi edad– parecía alguien familiarizado con la ciencia ficción, pero también parecía estar superado por este posible caso de dos personas separadas por un invisible manto dimensional que conspiraba contra el encuentro.
–Quédese tranquila que la recepcionista la va a acompañar acá cuando llegue.
Se me viene a la cabeza una comparación que formulara una amiga: si alguna vez fuiste a ver alguna ópera al Teatro Argentino, sobre todo una cómica, habrás notado que constantemente el director de escena rellenaba la acción principal con vecinos, transeúntes y otros personajes que nada tienen que ver con los aullidos de los protagonistas y que en cambio se dedican a hacer la suya en el fondo, muchas veces robando las miradas del público. Bueno, cualquiera que viera nuestra mesa dirigiría de inmediato su atención a la señora perdida entre los mantos del tiempo-espacio porque parecía más interesante.
–Porque esta es la confitería R…, ¿verdad, querido?– preguntó.
–Sí, señora. Y es domingo.
–Sí, todo en orden entonces.
Y el mozo se fue a atender a un matrimonio con su hijita.
Mi vieja trataba de mirar a la ventana para disimular la risa. Yo también. Aunque en parte me preguntaba ¿La otra mujer estaría perdida dentro del mismo salón? ¿En cuántas cosas más estaría extraviada nuestra vecina de mesa? ¿Sería como Susana Giménez que, al decir de mi vieja, quedaba «perdidísima» cuando se encendían las luces del estudio de Telefé en que grababa? La señora de la mesa estaba algo desencontrada también en vestimenta, ya que el abrigo casi fucsia en la silla resaltaba bastante con el resto de su ropa. Tomen en cuenta que no tengo ojo para el vestuario, por lo cual si para mí resaltaba, resaltaba mucho más para cualquiera.
Postre comido, cuenta pedida, nos fuimos. La señora seguía allí, sola a excepción de la carta que había comenzado a consultar algo fastidiada. Me hubiera quedado solo para ver el desenlace de esta misteriosa historia.
La literatura ha imaginado mundos paralelos, solapándose como las capas de un hojaldre. Estas dos mujeres (o al menos una de ellas) superaban a la ciencia ficción sin saberlo.

2 comentarios:

  1. Uh!! Andamos cerca...con mi amiga, abuelas las dos, pasa lo contrario, nos encontramos sin previo aviso en cualquier lugar inesperado, sutil llamarlo ciencia ficción, me encanta.

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  2. Jajaja. Los encuentros parecen no querer ir al ritmo de uno ni a su voluntad.

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