Llovía
copiosamente, como habían llovido los goles que San Martín de San Juan le repartiera
a Boca en abril de 2013. Pero esta crónica no se sitúa en aquel abril sino unos
meses después, durante un Día de la Madre que ahora se me vino a la memoria.
Como
dictaba cierta costumbre, mi vieja eligió un lugar para ir a almorzar, el cual
para conservar la incógnita geográfica diré que era bastante elegante (como le
gusta a mi señora madre): mesa con un arreglo floral, vajilla y utensilios de
diseño que convocan mis antiguos nervios de mozo ante la platería innecesaria.
Aún
así, lo más decorativo de ese mediodía lluvioso no serían los utensilios de
mesa sino una suerte de escena paralela al pollo con papas noisette que pediría. Ni bien el mozo se retiró con el pedido y
antes de que pudiera reanudar la conversación con mamá, escuchamos que la mujer
sentada en la mesa de la izquierda preguntaba lo siguiente a su mozo:
–Disculpe,
¿todavía no llegó Mercedes Forti?– mientras se acomodaba en su silla, en cuyo
respaldo ya había puesto su abrigo colorido– Me dijo que iba a estar acá.
El
mozo tardó en calzarse la respuesta o reacción más o menos apropiada. Dijo que
iba a preguntar a la recepcionista a ver si se había registrado en alguna otra
mesa. La señora aprovechó para pedir una copa de vino.
Mamá
me preguntaba por un trabajo que había agarrado hacía poco. El mozo llegó con
el pan a nuestra mesa. El de la señora volvió para decirle que la susodicha Mercedes
no había llegado.
–Ah,
bueno, querido. Gracias. Avisame cuando llegue, para no desencontrarnos de
nuevo.
–Yo
estaré gagá como vos decís, pero desencontrarme dentro de un mismo local…–dijo
mi vieja en voz baja.
Llegaron
los platos unos quince minutos después. Seguimos conversando. Cuando casi
terminábamos la comida, nuestra vecina volvió a interpelar al mozo que atendía
en su sector.
–Disculpame
que insista, pero sabés lo que pasa. Ya nos pasó una vez que quedamos en
encontrarnos a comer. Resulta que ambas fuimos al mismo local y no nos
encontramos. Cuando nos hablamos por teléfono después nos preguntábamos cómo
había sido posible que nos pasara.
El
mozo –que tendría mi edad– parecía alguien familiarizado con la ciencia
ficción, pero también parecía estar superado por este posible caso de dos
personas separadas por un invisible manto dimensional que conspiraba contra el
encuentro.
–Quédese
tranquila que la recepcionista la va a acompañar acá cuando llegue.
Se
me viene a la cabeza una comparación que formulara una amiga: si alguna vez
fuiste a ver alguna ópera al Teatro Argentino, sobre todo una cómica, habrás
notado que constantemente el director de escena rellenaba la acción principal
con vecinos, transeúntes y otros personajes que nada tienen que ver con los aullidos
de los protagonistas y que en cambio se dedican a hacer la suya en el fondo,
muchas veces robando las miradas del público. Bueno, cualquiera que viera nuestra
mesa dirigiría de inmediato su atención a la señora perdida entre los mantos
del tiempo-espacio porque parecía más interesante.
–Porque
esta es la confitería R…, ¿verdad, querido?– preguntó.
–Sí,
señora. Y es domingo.
–Sí,
todo en orden entonces.
Y
el mozo se fue a atender a un matrimonio con su hijita.
Mi
vieja trataba de mirar a la ventana para disimular la risa. Yo también. Aunque
en parte me preguntaba ¿La otra mujer estaría perdida dentro del mismo salón?
¿En cuántas cosas más estaría extraviada nuestra vecina de mesa? ¿Sería como
Susana Giménez que, al decir de mi vieja, quedaba «perdidísima» cuando se
encendían las luces del estudio de Telefé en que grababa? La señora de la mesa
estaba algo desencontrada también en vestimenta, ya que el abrigo casi fucsia
en la silla resaltaba bastante con el resto de su ropa. Tomen en cuenta que no
tengo ojo para el vestuario, por lo cual si para mí resaltaba, resaltaba mucho
más para cualquiera.
Postre
comido, cuenta pedida, nos fuimos. La señora seguía allí, sola a excepción de
la carta que había comenzado a consultar algo fastidiada. Me hubiera quedado
solo para ver el desenlace de esta misteriosa historia.
La
literatura ha imaginado mundos paralelos, solapándose como las capas de un
hojaldre. Estas dos mujeres (o al menos una de ellas) superaban a la ciencia
ficción sin saberlo.
Uh!! Andamos cerca...con mi amiga, abuelas las dos, pasa lo contrario, nos encontramos sin previo aviso en cualquier lugar inesperado, sutil llamarlo ciencia ficción, me encanta.
ResponderEliminarJajaja. Los encuentros parecen no querer ir al ritmo de uno ni a su voluntad.
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