Hacer acrobacias en una pestaña puede parecer más complicado de lo que es, pero a fin de cuentas se la puede remar. Para desmitificar el mundo, este blog-cajón de sastre con las crónicas de un acróbata mal pago.

viernes, 10 de febrero de 2012

Crónica platense 2: Una voz en el teléfono

Esa noche de enero emprendí otra excursión a casa. Salimos del trabajo a la parada de micros bajo el puente peatonal acompañados por las burbujas y la cebada. La excusa: había hecho un calor irritante en esa cocina, lo que motivó una vaquita para celebrar el fin de la jornada.
Una hora después, ya en casa, estoy frente a la computadora agradecido de que el 273 haya pasado al toque (no como aquella noche épica hasta las 4 de la mañana…). Un ruido quebró la música de Jefferson Airplane que estaba escuchando entonces, un ruido de Astor Piazolla como ringtone de mensajes. «Siempre me olvido de cambiar el ringtone», pensé.

–Hay ruidos raros en el depto. Tengo un cagazo tremendo. Agarré un martillo y me encerré en mi pieza– me comunicó el texto de Lita.
A velocidad nitro –para ser las 2 de la mañana y con dos cervezas encima– mis neuronas me dijeron que apretara la teclita para llamar y averiguar qué pasaba.


***

Y la verdad se le sentía rara la voz, que por lo general tenía una nota chirriante. ¿Serían las ratas las responsables de los ruidos o algún chorro?
–Tranquilizate. Si los ruidos los causa alguna plaga son ratas, cucarachas o babosas. Los sátiros todavía no son una plaga platense.
–Qué suerte. Bah, o qué mal.
Le ofrecí ir para a hacerle compañía un rato, para calmarla y que soltara el martillo pero me dijo que no me gastara, muchas gracias, que ya estaba más calmada. La paranoia siempre tiene un momentito de lucidez en que uno se vuelve autoconsciente. Después se pasa.
–Bueno. Si mañana te enterás de que encontraron mi cadáver te heredo mis libros–. ¿Por qué los de Letras piensan que lo único que uno valora (y quiere heredar) son los libros ajenos?
Espero que no se haya dado cuenta de mi voz tomada, de mi esfuerzo por no trastabillar al hablar. Quizá las vibraciones alcohólicas en mi garganta la hubieran puesto menos tranquila, como si fuera una adolescente en una película de slashers cuya vida depende de la poca lucidez que sea capaz de cosechar un beodo al otro lado de la línea.

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