Hacer acrobacias en una pestaña puede parecer más complicado de lo que es, pero a fin de cuentas se la puede remar. Para desmitificar el mundo, este blog-cajón de sastre con las crónicas de un acróbata mal pago.

domingo, 25 de marzo de 2012

Crónica platense 4: El nadador y sus motivos

Joven desastroso a los ojos de una sociedad del look, de la tiranía del arreglo (diría Violencia Rivas), si has llegado al punto que este cronista detallará a continuación has encontrado un hermano de sangre en el mundo, otro cultor del estilo croto casual como lo hemos dado en llamar con monsieur Facundo.

...Ese día no quedaba nada. Ni siquiera la nada misma para recordarme lo que hacía falta hacer o haber hecho. Nada en la heladera, nada en la agenda, nada en una tele que había extraviado el control remoto. O eso se decía, si el control no se le fue de caravana.
Ella cayó tipo 7 ese sábado; todavía ni rastros del anochecer entre los cables del Mondongo Soho.

Mate y un par de divagaciones después me hizo la pregunta que, en su despiste, yo esperaba que no se le cruzara por la cabeza.

–¿Por qué tenés puesta una campera de algodón si hace como 35º?
Puedo asegurar que mi silencio y mi mirada enganchada en una silla duraron lo que el intervalo entre un signo de puntuación y la siguiente letra. O eso quise creer.

–Bueno, no sabés lo que me pasó hoy.

Puso expresión de «A ver. ¿Qué catástrofe te ocurrió en el capítulo de esta semana?».

–Anoche llegué re tarde por el cumpleaños. Obvio que llegué echo agua y la ropa que tenía puesta la revolee por ahí y me eché muerto sobre la cama.

–¿Le acertaste a la cama por lo menos?– dijo mientras que con la mirada me buscaba chichones imperceptibles en la frente.

–Y hoy me desperté re tarde, agarré la toalla y me fui a bañar. Tenía los calzoncillos puestos nada más. Cuando salgo de bañarme, otra vez hecho una catarata, me doy cuenta de que no tengo ropa limpia. Pero ni una media. ¡Me olvidé de lavar desde hace 2 días!

Ella: cara de “cuál es el remate, se presiente que viene feo”.

–Decí que no hay nadie más en casa hoy. Salí como pude con la toalla y goteando. Y lo único que encontré, no sé cómo, es la malla de cuando nadaba. No sé qué carajo hacía en el bolso de ropa; la habré manoteado sin fijarme en casa de mamá.

Con el retruque típico de alguien que vive colgada de nubes esponjosas me interrumpió a media frase:

–Ah, ¿Nadabas? ¿Hace cuánto?

–Y,  hace como unos 15 kilos.

–¿Y por qué dejaste, por los 15 kilos?

–No, los 15 kilos recién los estaba procesando cuando me conociste… y bueno, tampoco sé cómo me pude calzar eso, que hace 40 platos de ravioles me quedaba justa y no dejaba nada a la imaginación. No sabés el karma que fue comprarla porque casi no había ninguna en negro y el resto que me quedaba, al ser de colores… bueno, digamos que era una alternativa cara y llamativa, más teniendo en cuenta que era lo mismo que andar prácticamente en pelotas.

–Pero ¿por qué la campera?

–Puse la ropa a lavar a eso de las 4, la bermuda se me secó y por eso la tengo puesta en vez de la malla. Ojalá la hubiera tenido seca antes, cuando salí a comprar comida porque tampoco en la heladera tenía nada.

–Ves, seguís nadando. Pero ahora entre la nada.

Ouch. Esa frase dolió en muchos niveles, no sé si captó siquiera la mitad de esas capas geológicas impactadas.

–Y saliste en maya a hacer las compras.

–Y con la campera, que era lo único seco que tenía para ponerme encima. Era eso o agarrar una cortina. Y el amarillo de las cortinas da muy hepatitis.

–Se me hace que la cortina no estaría tan mal. Digo, seguro que tendría menos agujeros que la remera esa con rayas que te vi el día de la fiesta.

–No te metas con los agujeros de mi ropa. Algún día algún boludo con plata los considerará arte conceptual–. Claro, cuando las polillas sean consideradas los Berni de la época, pensé.

–¿Y vas a volver a nadar?

–Si me hago tiempo. Pero tampoco de eso tengo mucho.

En la casa no había nada. Mientras tanto, él nada.




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